jueves, 26 de marzo de 2015

Caso de estudio NUDE-Suruguapo-AGRICULTURA FAMILIAR-CURSO IICA

Edgar Edwards Terán GUANARE-VENEZUELA Experiencia concreta: Caso de estudio NUDE-Suruguapo (840km2, de 100 a 2000msnm, 10mil familias, 44 comunidades, 4 comunas, 37 consejos comunales). En este caso particular de mi país, les comentare según mi experiencia de 8 años de trabajo en la zona con alianzas entre el pueblo organizado y el apoyo de instituciones comprometidas en promover el desarrollo endógeno del territorio lo siguiente: Primero que nada debo expresar que los diferentes enfoques presentados en este curso son de extraordinaria ayuda y guiatura para poder direccionar con mayor precisión los esfuerzos que estamos impulsando por reconvertir la zona en un área potencial para el desarrollo de un pueblo que se conocía como el valle escondido desde hace muchas décadas y que ahora se encuentra mas despierto, capacitado y consciente por asumir su rol protagónico e histórico que le fue arrebatado por los esquemas del capitalismo. Estoy totalmente de acuerdo con la multifuncionalidad de la AF y su poderosa razón de existencia en pleno siglo XXI, en nuestro caso este escenario lo estamos enmarcando mediante un convenio con el INIA-Portuguesa con apoyo de PDVSA-Barinas mediante convenio subscrito con FUNDESURUGUAPO y el poder popular organizado; a nivel regional los arreglos institucionales están direccionado a implementar sus políticas con el Plan de Gobierno Estadal en el llamado Distrito Motor de Agua, Vida y Café por ser este el rubro principal de las zonas altas que hasta los momentos estamos a la espera de su implementación y cuyas acciones están orientadas al manejo de cuenca y diversificación de la producción potenciando la AF en el territorio; la participación del poder popular en nuestra unidad espacial siempre han sido buenas con resultados de experiencias exitosas a nivel organizativo siguiendo los lineamientos nacionales y captando la atención de otras instituciones como motor financiero; a nivel de planificación cada consejo comunal tiene su plan local de desarrollo y nuestra institución USDE-MENPET con apoyo de otros organismos y asesoría del INIA logramos el PLANDISUR con enfoque de territorio tocando todas las dimensiones y cada acción va orientado a dar respuesta a los 125 objetivos estratégicos que contempla; el acceso al mercado en nuestro caso es un problema por resolver y por ahora la AF esta desatendida en un 80% por falta de políticas publicas, programas y proyectos, estamos haciendo un gran esfuerzo por cambiar esta realidad y revertir sus causas; Podemos lograr mayores eficiencia en el desarrollo de nuestro territorio cuando exista un verdadero apoyo y asesoría permanente a nivel rural que se ha descuidado desde hace mucho tiempo, mayores respuesta de apoyo financiero a pequeña escala como capital semilla, mayor numero de extensionistas, centros de estudios, investigación, monitoreo, sistematización de cada cosa que se haga para así generar el nuevo conocimiento local y rescatar la identidad del pueblo suruguapense, es necesario que diplomáticamente se promueva un cambio que permita potenciar el desarrollo rural y endógeno, falta mucho por hacer, tenemos iniciativas aisladas no articuladas en red, tenemos voluntad y tesón para seguir adelante solo ha faltado el compromiso y la voluntad de quienes toman decisiones y un mayor despertar de los pueblos cuya voz retumbe las sillas de los poderosos.

martes, 10 de marzo de 2015

Finca Mi Esperanza-Productor Innovador Gregorio Herrera

MENPET-UNELLEZ-VPA Salida de Campo Agroecológica-OSP-Producción Animal-2do Semestre Finca Mi Esperanza-Productor Innovador Gregorio Herrera Sector Peña larga-Barinas Exitosa visita con el fin de compartir la experiencia real del productor in situ quien desde hace tiempo viene promoviendo un nuevo enfoque de manejo de rumiantes asociado a técnicas complementarias endógenas que le permite lograr un nivel de independencia superior a otros seguidores, su finca de 10ha se ha convertido en su mayor reto de vida, actualmente con tan solo 10 vacas logra 12 litros de leche/animal/Día superando al promedio nacional de 4Lt/vaca/Día, con técnicas simples pero bien innovadoras tales como: biomagnetismo del agua, biomagnetismo corporal, rotación racional de pastoreo segmentado, suplementos naturales y minerales locales producidos en sitio, manejo sanitario orgánico, estimulación de la flora bacteriana por excretas de aves, autocontrol del ganado por comando de voz y conductas acondicionadas, distribución del agua por gravedad y bomba de ariete, manejo silvopastoril, entre otras opciones que como innovador viene promoviendo para el conocimiento de propios y extraños; en esta oportunidad los estudiantes disfrutaron del recorrido y de los amplios conocimientos que en materia pudo expresar el compañero Gregorio entusiasmado por la visita de la UNELLEZ y el MENPET además de ser considerado como ponente del foro agroecológico desarrollado el pasado 28 de Febrero en la cámara municipal de Guanare.

jueves, 5 de marzo de 2015

EL CONCEPTO DE AGRICULTURA FAMILIAR EN AMÉRICA LATINA

EL CONCEPTO DE AGRICULTURA FAMILIAR EN AMÉRICA LATINA Sergio Schneider y Fabiano Escher Resúmen. Neste capítulo se realiza uma análise da emergência do conceito de agricultura familiar nos estudos rurais da América Latina. Após introduzir as principais razões que fizeram vir a tona uma redefinição etimológica no cenário intelectual e nas agendas políticas dos países latinoamericanos, substituindo termos como agricultura de subsistência, pequenos agricultores, produtores de baixa renda pela noção de agricultura familiar, busca-se traçar as origens e as principais vertentes teóricas dos estudos sobre campesinato no subcontinente. Em seguida argumenta-se que esse conhecimento acumulado pode inspirar uma um aprofundamento conceitual e uma redefinição do debate sobre agricultura familiar na América Latina, haja visto que até agora, pouco se tem avançado para além de definições de carater normativo, importantes para orientar a formulação de políticas públicas, mas teoricamente insuficientes para a interpretação da dinâmica da agricultura familiar em si. Por fim, na seção conclusiva, são apresentados alguns elementos fundamentais para que se possa avançar na direção de uma definição heurística e integradora dos conceitos de campesinato e agricultura familiar, finalizando com uma proposta tipológica construida partir da abordagem dos estilos de agricultura. 1. Introducción A partir del inicio del nuevo milenio hubo una vuelta a la discusión y análisis sobre el lugar de la pequeña agricultura o agricultura de pequeña escala en el proceso de desarrollo rural de América Latina. Las razones para esa reemergencia son variadas y están relacionadas con contextos políticos, influencias institucionales y hasta pueden estar originadas en relaciones personales y de inter-conocimiento entre investigadores y policy makers de la región. Sin embargo, hay factores de naturaleza general que permitieron retomar las discusiones sobre los caminos y el lugar de la pequeña producción rural y, especialmente, la redefinición etimológica, teniendo en cuenta que el término corriente utilizado en la literatura actual es agricultura familiar. El primer factor se refiere al reconocimiento del papel del Estado y a una ola de actualización de las políticas públicas para el desarrollo rural, que habían sido abandonadas desde mediados de la década de 1990 debido a las políticas neoliberales de ajuste estructural de la agricultura en varios países de América Latina (Kay, 2007; 2008). El segundo factor está relacionado con el surgimiento de nuevos enfoques sobre el desarrollo rural (Mora y Sumpsi, 2004; Sumpsi, 2007), que en algunos casos pasó a ser acompañado de la adjetivación “sostenible”, enfatizando los aspectos ambientales y la interacción con los recursos naturales y en otros momentos a indicar la necesidad de un enfoque “territorial” (Schejtman y Berdegué, 2003; Schneider, 2009), destacándose la necesidad de analizar los procesos de interacción entre economía, sociedad y sus efectos en dinámicas espaciales, preferencialmente de nivel local y regional que pasan a ser abordadas por la perspectiva territorial. La tercera razón está relacionada con la reincorporación del tema de seguridad alimentaria como estrategia de superación de la pobreza y alcance de las Metas del Milenio. A lo largo de la década de 1990, posterior a las políticas de ajuste, quedó claro que la situación social empeoró en América Latina, especialmente en las áreas rurales, donde la pobreza, el acceso precario a la tierra, la violencia y otras manchas históricas no sólo persistieron sino que se agravaron. Cuarto, la reincorporación de las discusiones sobre el papel y el lugar de la pequeña producción pasó a inspirarse en resultados de algunos países, como es el caso de Brasil, que a partir de 1990 colocó en marcha un conjunto de políticas que combinan instrumentos tradicionales (crédito y asistencia técnica) con innovaciones como el apoyo a la comercialización, organización de los mercados y políticas sociales compensatorias (Soto et alii., 2007; Maletta, 2011) . Fue así como el Programa Nacional de Fortalecimiento de la Agricultura Familiar (PRONAF) de Brasil pasó a ser conocido y divulgado como una política exitosa de apoyo a la pequeña producción que, a partir de 2003, fue integrada a las acciones de combate al hambre y la inseguridad alimenticia, tales como el programa Fome Zero y Bolsa Familia. En este capítulo se intenta revisar la literatura latinoamericana que ha sido utilizada para sostener teóricamente al proceso de retomada del debate sobre la pequeña agricultura y demostrar que muchos autores que antes utilizaban términos como pequeña producción y campesinado comenzaron a usar agricultura familiar. De igual modo, tenemos la intención de mostrar que el debate actual sobre la agricultura familiar promueve la reanudación de las viejas preguntas sobre el campesinado, un tema que ya había sido discutido en los años 1970 y 1980. Se intenta mostrar cómo esto está ocurriendo el proceso de sustituir el concepto de campesinado por la agricultura familiar y señalar las implicaciones en el debate. En la sección final del trabajo se señala el concepto de estilos de agricultura como una herramienta heurística que puede integrar aspectos de la definición de campesinado y de agricultura familiar. 2. Lo que ya sabemos sobre agricultura familiar en América Latina Un análisis de la literatura latinoamericana reciente sobre pequeña producción agrícola muestra que de manera ascendente, estudiosos, investigadores, policy makers, mediadores, gestores y otros actores están comenzando a usar la expresión ó categoría “agricultura familiar”, muchas veces como sinónimo de pequeña producción ó inclusive de campesinado. La literatura sobre agricultura familiar en America Latina es diversa: incluye desde documentos oficiales y estudios técnicos publicados por instituciones y agencias multilaterales, como FAO (2011), FAO/BID (2007), IICA (2007), algunos informes presentados por consultores en eventos específicos, como Soto et. alii (2007) y Acosta y Rodriguez (2011), estudios técnicos y papers escritos por consultores contratados por determinadas agencias como Dirven (2006) y Berdegué y Fuentealba (2011), así como documentos de debate de instituciones de investigación y artículos académicos publicados en revistas científicas especializadas como Chiriboga (2002a, 2002b), Carmagnani (2008), Schejtman (2008) y Maletta (2011) . En su conjunto, estos trabajos confluyen en cuatro puntos. En primer lugar, todos pretenden esbozar una definición (básicamente normativa, aun que en algunos trabajos haga cierta preocupación teórica) de la agricultura familiar. Segundo, prácticamente todos trabajos sugieren la elaboración de tipologías, que serian capaces de dar cuenta de la gran heterogeneidad social de la agricultura familiar en América Latina. Tercero, una parte de los trabajos presenta análisis sobre los cambios en el contexto socioeconómico y discute la cuestión de las institucionalidades, de las políticas públicas y de los programas gubernamentales enfocados en el entendimiento de la agricultura familiar en los diferentes países de la región. Y finalmente, en cuarto lugar, algunos buscan trazar las principales tendencias del sector agropecuario, identificar los principales desafíos que deben ser enfrentados por la agricultura familiar y enfatizar su papel estratégico en la promoción del desarrollo rural en América Latina. El punto de consenso entre las diferentes publicaciones que buscan definir el concepto de agricultura familiar en los países de América Latina, esta el reconocimiento de su amplia heterogeneidad y diversidad. El estudio del IICA (2007), por ejemplo, es interesante porque trae una serie de trabajos referentes a los cinco países del Cono Sur (Argentina, Chile, Paraguay, Uruguay y Brasil), donde los autores de cada país realizan esfuerzos para definir la agricultura familiar “reconociendo las particularidades propias de cada país, sus características productivas y las condiciones agroecológicas en que se encuentran” (IICA, 2007, p.4). En la introducción general de este trabajo, se afirma que “la agricultura familiar o campesina es altamente heterogénea en América Latina y particularmente en el Cono Sur, lo que torna más difícil homologar criterios y/o atributos con validez general”. Sin embargo, continua el documento, “sin duda, existen características básicas que son comunes a esas ´definiciones´. La actividad agrícola o pecuaria es la más importante fuente de ingresos, el trabajo familiar es mayoritario en la explotación del predio y se reconoce que la familia y la unidad productiva son vistas y operan de forma integrada en las decisiones económicas y sociales.” (IICA, 2007:5). En la publicación de FAO/BID (2007) que analiza seis países – Brasil, Chile, Colombia, Ecuador y Nicaragua –no se encuentra una definición explícita del concepto de agricultura familiar, pero se reconoce que “en el interior de cada uno de los países estudiados, la AF puede ser sumamente heterogénea, tanto en escala como en acceso a recursos. Diferencias en el acervo de capital, tierra y recursos naturales, junto con un acceso diferenciado a bienes y servicios públicos, generan también una importante heterogeneidad en relación a la capacidad de innovación, distintas estructuras de producción y consumo, distinta participación en los mercados laborales y distintas estrategias de diversificación de los ingresos.” (FAO/BID, 2007: 9). El acuerdo sobre la inmensa heterogeneidad de la agricultura familiar de América Latina lleva a buscar tipologías para clasificar esa complejidad . Sin embargo, Chiriboga (2002a) comento que no se puede tomar una tipología de manera estática. Según el autor, en conjunto las propiedades rurales de cualquier tipo de agricultura familiar pueden estar sujetos a, por lo menos, tres procesos distintos de transición: la capitalización, la descapitalización y la proletarización. Así, en términos generales, la mayoría de los autores está de acuerdo en que la agricultura familiar latinoamericana estaría formada básicamente por tres tipos de grupos: a) El primer grupo, designado como agricultura familiar “de subsistencia”, “inviable”, “descapitalizada” y a veces “periférica”, compondrían aquellos predios en que predomina la producción para el autoconsumo, donde los recursos como tierra tecnología y renta monetaria son insuficientes para garantizar la reproducción de las familias; lo que constantemente las conduciría a recurrir a diferentes formas de empleo parcial fuera del predio, tanto en actividades agropecuarias como no agropecuarias, suscitando una inherente tendencia a la descomposición y a trabajar como asalariados y, frecuentemente sujetos a situaciones de pobreza. Su manutención en el campo, en la mayoría de los casos, sería explicada por el aporte de programas públicos de asistencia social, transferencias gubernamentales y otros ingresos monetarios eventuales. b) El segundo grupo es designado como una agricultura familiar “excedentaria”, “comercial”, “capitalizada” o “consolidada”, en él cual estarían aquellos establecimientos en que predomina la producción para el mercado, donde se dispone de un gran potencial de recursos productivos y bienes de consumo, suficientes para garantizar la reproducción de la familia y la producción de excedentes que les permite la ampliación de la escala y la acumulación. Como generalmente no se encuentran en situaciones de pobreza, sus demandas estarían más relacionadas a políticas de financiamiento y crédito, integración a las cadenas productivas, mejora de las relaciones contractuales, apoyo a la comercialización y acceso a los mercados. c) El tercer grupo es designado como una agricultura familiar “intermediaria” o “en transición”, en él estarían aquellos establecimientos con considerable acceso a recursos, cuya producción se orienta tanto para el autoconsumo como para el mercado, pero que, a pesar de que esos recursos son suficientes para la reproducción de las familias, no permiten la generación de excedentes para la ampliación de la escala y la acumulación; por lo que constantemente se encuentran en situaciones inestables, a merced de las variaciones de precios y de la política agrícola; no es raro que incurran en situaciones de pobreza por falta de acceso a determinados recursos. A pesar de que se reconoce la dificultad operacional en relación a las tipologías de la agricultura familiar en los países de América Latina, se ha obtenido éxito en identificar, cuantificar y caracterizar ese universo empírico heterogéneo comprendido bajo el concepto de agricultura familiar. Es el caso, por ejemplo, del trabajo de Schejtman (2008), quién llegó a estimar 14 millones de propiedades de agricultura familiar en el subcontinente, de las cuales el 60% corresponderían a una “agricultura de subsistencia”, 28% a “pequeños agricultores en transición” y 12% a una “agricultura familiar consolidada”. Berdegué y Fuentebela (2011) utilizaron datos más actualizados y una metodología distinta. Muestran que existen aproximadamente 15 millones de establecimientos de agricultura familiar en América Latina, controlando aproximadamente 400 millones de hectáreas. Casi 10 millones de establecimientos poseen alrededor de 100 millones de ha y pueden ser agricultores de “subsistencia” con una gran proporción de su renta proveniente de actividades no-agrícolas, transferencias y asistencia social. Un grupo “indeterminado” de aproximadamente 4 millones de establecimientos poseen 200 millones de hectáreas y están integrados, en su mayoría, a los mercados agropecuarios, pero enfrentan dificultades considerables, derivados por un lado de la capacidad de acceso a recursos y, por otro lado, por los contextos inmediatos en que ellos operan. Finalmente, hay un grupo de agricultores familiares “comerciales” formado por cerca de 1 millón de establecimientos que emplean trabajo temporal y algún trabajo permanente, poseen aproximadamente 100 millones de ha con alta producción y productividad. Sin embargo, de acuerdo con Maletta (2011), en todos estos estudios queda evidente la ausencia de una definición más clara de la noción de agricultura familiar. Lo uso de lo termino no corresponde a una noción teórica coherente, ni a una categoría sociológica determinada, ni a un conjunto de variables económicas interrelacionadas. A pesar de los avances logrados, consideramos que un análisis teórico más amplio y riguroso sobre la utilización del concepto de agricultura familiar en América Latina es todavía necesario. Las discusiones y análisis tratan excesivamente de cuestiones normativas y políticas que son importantes, pero acaban restringiendo la definición de la agricultura familiar a algunas de sus características que las tipologías y clasificaciones no pueden dar cuenta. Esa forma de proceder acaba empobreciendo el análisis y reconocimiento de la propia diversidad y heterogeneidad de la agricultura familiar. 3. De campesinos a agricultores familiares: trayectoria de una categoría Una de las características de la reemergencia del debate actual sobre pequeña producción o pequeña agricultura (small scale farming) en América Latina es el hecho de que, lentamente, gana terreno y reconocimiento intelectual, político e institucional la noción de agricultura familiar. Es cada vez más frecuente el uso del término agricultura familiar, que viene siendo utilizado como un sinónimo o como una simple actualización de los conceptos anteriormente utilizados, como pequeña producción agrícola y, especialmente, campesinado. Desde un punto de vista más teórico, no obstante, la discusión sobre el campesinado en América Latina trasciende la descripción y gana contornos analíticos e interpretativos a partir de la década de 1940 y 1950, cuando se inician los así llamados estudios de comunidades rurales, originalmente realizados por antropólogos y etnógrafos, que, como afirmó Alfred Kroeber, dejaron de estudiar los pueblos primitivos y las aldeas indígenas para dedicarse a la comprensión de las comunidades rurales campesinas. Según Robert Redfield, uno de los discípulos de Kroeber, “en América Latina la antropología se cambió de la tribu para el campesinado” (Redfield, 1960: 17). Los estudios de comunidad forman una primera vertiente de los estudios sobre campesinado, que es conocida en la literatura como estudios sobre “sociedades campesinas” (Bengoa, 2003; Warman, 1985). Por otro lado, el campesinado es descrito como un grupo social que vive en pequeños grupos o poblados aglomerados en el medio rural. Según Redfield, “el campesino tiene al menos estas características en común: su agricultura está orientada para la manutención [their agriculture is a livelihood] y es un modo de vida y no un negocio buscando lucro (…) se ve un campesino como un hombre que tiene control efectivo de un pedazo de tierra al cual se encuentra unido hace mucho tiempo por lazos de tradición y sentimiento” (1960: 18) Un autor de gran influencia en los estudios sobre campesinos y sociedades campesinas en América Latina es Eric Wolf (1966), con su libro sobre los campesinos y su tipología de comunidad campesina corporada cerrada versus comunidades abiertas y los (siete) tipos de campesinado que identificó según criterios de producción, acceso a los recursos productivos, relaciones con los mercados y los centros urbanos, así como su posición de subordinación política (Wolf, 2003: 117). Esa primera vertiente de los estudios sobre campesinado tuvo ramificaciones y recibió contribuciones a lo largo del tiempo. Logró un fuerte y poderoso complemento a partir de los trabajos y enfoques posteriores a la publicación del trabajo seminal de A. Chayanov (1974) en español, en el inicio de la década de 1970, cuyo impacto y repercusión fue bien destacado en el artículo de Archetti (1978) en la Revista Estudios Rurales Latinoamericanos, que durante mucho tiempo se constituyó en un espacio privilegiado de divulgación de la literatura sobre campesinos y sociedades campesinas en América Latina (Baumeister, 1999; 2011). Otro apoyo y estímulo vigoroso vino de la llamada Teología de la Liberación, que ganó fuerza en el continente en la década de 1980. Sin embargo, en ese caso la relación fue más en el campo político debido a la “opción preferencial por los pobres” de la Iglesia Católica lo que significó una opción por los campesinos, que eran la mayoría en el medio rural. Pero, recientemente, desde la década de 1990, la perspectiva de los estudios de comunidad, de las sociedades campesinas y los enfoques chayanovianos, encuentran abrigo en autores y organizaciones que adoptan las orientaciones de la agroecología, que se posiciona como una propuesta de utilización ambientalmente más sostenible de los recursos naturales y no naturales (Guzmán, 2006). Para esos grupos, personas y organizaciones, la forma de producción realizada por los campesinos es la que más se aproxima a los principios socio-técnicos preconizados por la agroecología . La segunda vertiente de los estudios sobre campesinado en América Latina surge a mediados de la década de 1950 y se difunde en los años 1960, en una perspectiva muy distinta a la anterior. En esta perspectiva, la discusión sobre campesinado se sitúa al rededor del debate más general sobre el desarrollo y, particularmente el desarrollo periférico, representado por el continente latinoamericano. Este debate es muy diverso, pero dos perspectivas teóricas se destacan. De un lado, la teoría de la modernización con el enfoque del capital humano de T. Schultz y su tesis de la substitución de factores tradicionales por modernos. De otro lado, la propuesta de los autores de la CEPAL (Prebisch, Furtado y otros), que discutían el papel y el lugar de las formas tradicionales de producción, con mayor notoriedad el campesinado, en sociedades que pasaban por procesos de industrialización y cambios estructurales del papel de la agricultura y de la producción primaria . Un elemento común a estas dos vertientes teóricas es que la referencia a los campesinos prácticamente es inexistente. Al contrario, esos autores se refieren a pequeños productores, también llamados de productores de baja renta y, algunas veces, productores tradicionales o, incluso, productores de subsistencia. En ambas corrientes analíticas y debido a los propios procesos políticos que transcurrían en el continente para la época, las reformas agrarias que estaban siendo conducidas por gobiernos militares en varios países de América Latina ganaron bastante reconocimiento. Los análisis sobre el papel de la reforma agraria eran variados y no es posible retomar ese debate. Lo que importa es resaltar que para muchos estudiosos, las reformas agrarias (Chile, Perú, México, etc.) tenían el potencial de ampliar la producción agropecuaria en función del aprovechamiento más intenso de factores como tierra y trabajo por los pequeños productores. Por lo tanto, la reforma agraria era vista como un factor de estímulo y ampliación del campesinado (Delgado, 1962). En la actualidad, a partir de una mirada retrospectiva, es posible afirmar que tanto la perspectiva de la modernización como de los “cepalinos” reconocían los campesinos como pequeños productores tradicionales que, inexorablemente, serían transformados o por el proceso de modernización tecnológica de la agricultura (la Revolución verde) o por los efectos de la industrialización y urbanización. Pasadas varias décadas, el hecho es que ni la modernización agrícola y todavía menos la industrialización urbana fueron capaces de acabar con los pequeños productores y los campesinos en América Latina. Esta vertiente estructuralista, que se preocupaba en vislumbrar el “fin de los campesinos” y de la pequeña producción, actualmente se inscribe en la perspectiva de la “muerte/desaparecimiento del campesinado”. En 2005, en un seminario organizado en Londres por iniciativa del IFPRI (International Food Policy Research Institute, de Washington) y del ODI (Overseas Development Institute, de Gran Bretaña), se discutió The future of small farms (IFPRI, 2005). Las conclusiones de ese seminario fueron escépticas en relación con las condiciones y posibilidades de un futuro para el campesinado (Hazell, Poulton, Wiggins & Dorward, 2010), especialmente con relación al contexto de ampliación de la globalización. Problemas como los precios volátiles, el crecimiento de los costos de producción, las asimetrías de información, los altos costos de transacción, las fallas de mercado y las restricciones para el libre acceso a los mercados fueron apuntados como barreras insuperables para los pequeños productores, razón por la cual difícilmente tendrían futuro en el siglo XXI. Una tercera vertiente de los estudios sobre campesinado en América Latina se sitúa en el ámbito de los enfoques marxistas, particularmente a partir de la teoría de la diferenciación social del campesinato de Lenin, que es conocida como el debate de la campesinización versus la descampesinización (Bernstein, 2006; 2009). Esa tal vez sea la perspectiva más conocida y difundida en la literatura en razón de intensos debates sobre el campesinado y la pequeña producción. Esta vertiente de estudios es la que, probablemente, ha producido la mayor cantidad de publicaciones y trabajos que buscaban, básicamente, mostrar dos cosas: de un lado, intentaban refutar el estatuto conceptual y analítico del campesinado, representado por el enfoque de Chayanov, que denominaban “populismo agrario”. Por otro lado, los estudios de esta vertiente se empeñaron en demostrar que el proceso de desarrollo del capitalismo en el campo en América Latina llevaría a la proletarización, pérdida de la tierra (dispossession) y mayor nivel de vulnerabilidad de los medios de vida campesinos, impidiendo su reproducción social y económica en ese contexto. Son particularmente abundantes, en esa vertiente, los estudios sobre asalariamiento rural y los procesos excluyentes de modernización tecnológica de la agricultura en la década de 1970 (Graziano da Silva, 1980; Figueroa, 1990; Warman, 1988). Invariablemente, eran estudios que demostraban los procesos de exclusión y precarización de un lado y, de acumulación y enriquecimiento de otro, lo que genera la formación de clases sociales antagónicas. En la década de 1980 hubo un desdoblamiento importante en los debates de la perspectiva marxista, que en parte significó la superación del marco leninista y la incorporación del enfoque neo-marxista norteamericano de la sociología de la agricultura, que buscaba entender los campesinos y pequeños productores como productores de mercancías, que en una clasificación un tanto desafortunada Bengoa (2003) llamó de “campesinos viables”. En América Latina, el enfoque de la producción simple de mercancías fue utilizado en la literatura y por los estudiosos como el “modelo farmer”, que era identificado como aquel pequeño agricultor que había logrado ingresar en la modernización tecnológica, había ampliado su capital y que producía para mercados o estaba integrado en alguna cadena agroalimentaria. Este tipo social, productor de mercancías agrícolas, en general fue llamado de agricultor “tipo farmer americano”, mientras que en pocos casos era identificado, tal como en la definición original de H. Friedman (1978), como un agricultor familiar que realmente producía a partir del mercado (utilizando mercancías compradas fuera de la propiedad) y para el mercado (vendiendo la producción obtenida). De acuerdo con Bengoa (2003) la década de 1980, específicamente la segunda mitad, marca un periodo de profundas transformaciones que afectan el medio rural de América Latina. Son varios los procesos destacados, considerando oportuno citar solamente los más importantes. El primero se refiere a la situación de crisis económica y al estancamiento (periodo de alta inflación en todas las economías del continente) sobre el cual no es necesario incluir comentarios más detallados, pero si resaltando que para la mayoría de los analistas, la década de 1980 fue la década perdida. Otro proceso se refiere a la inestabilidad política que posteriormente al periodo de deterioro de las dictaduras militares dio inicio a procesos de transición. En el medio rural, Bengoa destaca la emergencia de nuevos actores sociales, especialmente los movimientos sociales rurales de lucha por la tierra (es el caso de Brasil y después Paraguay, Ecuador, Bolivia y otros) y de lucha y reivindicación étnicas, tales como los indígenas y los afrodescendientes. El tercer proceso se refiere a la profundización de la modernización agrícola mediante la ampliación de la integración de la agricultura en el sistema agroalimentario (carnes, frutas, recursos forestales, y hasta cultivos ilícitos), ya que ciertos sectores y regiones terminan beneficiándose del proceso más general de liberalización y apertura de los mercados que la globalización promovía en ese periodo. En lo que se refiere al debate sobre el campesinado y la pequeña producción, la década de 1980 es el periodo en que Bengoa (2003) verifica un cierto cansancio y agotamiento del tema, que fue sistematizado en el emblemático artículo de Lehmann (1980), que muestra los errores y equívocos de cada uno de los enfoques anteriormente discutidos, especialmente de los leninistas e de los chayanovianos. En la década de 1990, ya bajo nuevos marcos legales (Brasil, por ejemplo, proclama su Constitución pos-dictadura en 1988), América Latina asiste a un proceso de transición para la redemocratización que fue, en la mayoría de los casos, un proceso económico y político marcado por la inestabilidad. En gran parte, esa inestabilidad fue provocada por la acción de nuevos actores sociales, especialmente del campo, que ampliaron su organización y pasaron a contar con un aliado importante, las ONG´s (Organizaciones no gubernamentales), que crecieron y se expandieron rápidamente en los años 90. El radio de acción de esos movimientos sociales combina viejas cuestiones (luchas por la tierra) con nuevas alternativas, relacionadas con el reconocimiento de derechos, especialmente en relación con las etnias indígenas, pero también las mujeres y los jóvenes. Hay un resurgimiento, así, de la cuestión campesina, ahora como cuestión social. Las luchas de los campesinos de Chiapas y de los trabajadores rurales sin tierra (MST) en Brasil son ejemplos de esas luchas por la tierra, pero también luchas contra la pobreza y por el reconocimiento social. Como resultado de ello, Latinoamérica asiste a un desplazamiento de la cuestión rural, a partir de la cual surgen varios temas (empresa agrícola, pobreza rural, trabajo temporal, indigenismo, género), pero la cuestión campesina permanecería en latencia. En el marco de la periodización de Bengoa (2003), pero intentando ir más allá, es posible afirmar que en la década de los 2000 ocurrieron dos procesos que, por caminos inesperados, acabaron contribuyendo para el resurgimiento del debate sobre la pequeña producción y campesinado, pero ahora bajo la denominación de agricultura familiar. Por un lado, en los años 2000, las estadísticas pasaron a destacar la permanencia de la pobreza rural, especialmente después del establecimiento de las, así llamadas, Metas del Milenio. Organismos internacionales como la FAO, FIDA, IICA, CEPAL, y el Banco Mundial, pasaron a ser accionados en relación a esta agenda y, como resultado, relatorías y estudios sobre el deterioro de la situación social y la permanencia de la pobreza, especialmente en las áreas rurales, comenzaron a aparecer cada vez con mayor frecuencia. La pobreza regresó a la agenda del debate político en la década de 2000 y varias iniciativas y programas fueron establecidos. Algunos de esos programas repitieron las fórmulas del pasado, pero, otros, como en el caso del Programa Fome Zero en Brasil y Oportunidades en México, apenas para citar dos casos, fueron capaces de vincular la cuestión de la pobreza al tema de la Seguridad Alimentaria, ó, más enfáticamente, de inseguridad alimentaria. En esta perspectiva, la pobreza dejó de ser apenas un problema de falta de acceso o baja renta y pasó a ser una cuestión de derechos, el derecho humano a la alimentación. Por otro lado, en la década de 2000, comenzaron a aparecer los resultados de las políticas y acciones que el Estado y los gobiernos habían implementado en la década anterior, como respuesta a la fuerte presión política que había durante la redemocratización de los años 1980 y 1990. En algunos países, como Brasil, pero no sólo en este país, las políticas de crédito (a través del programa PRONAF), de promoción de asentamientos de reforma agraria, combinadas a las políticas sociales como la concesión de jubilación a los trabajadores rurales (hombres a los 60 y mujeres a los 55 años de edad) y políticas compensatorias tales como la Bolsa Familia, resultaron en una reducción significativa de la pobreza y de la desigualdad, especialmente en las áreas rurales. A lo largo de la década de 1990 y 2000, los pequeños agricultores y/o campesinos fueron capaces de salir de la postura de protesta y reivindicación y pasaron a participar y asumir el papel de co-gestores de las políticas públicas, así como se observa la reconquista del papel de las organizaciones sociales en el campo, entre el sindicalismo rural, las cooperativas y las asociaciones (Schneider, 2010). Además, los propios organismos internacionales, como el Banco Mundial, por ejemplo, pasaron a percibir el potencial y las ventajas de la participación de los beneficiarios en la gestión y control de esas políticas. Transferir y dividir responsabilidades se tornó “un buen negocio”, debido a que la participación y la co-gestión pueden contribuir para reducir las asimetrías de información y los riesgos. No hay otra explicación para el suceso que el enfoque del capital social viene alcanzando en proyectos de desarrollo rural en América Latina, así como los argumentos crecientes hacia la pertinencia de la participación y descentralización de las políticas (Durston, 2003). En Brasil, a finales de la década de 1990, las luchas y demandas de mejora de precios, crédito, políticas de apoyo a la comercialización diferenciada, por la aplicación de las normas constitucionales de la seguridad social rural, para la protección contra la desregulación indiscriminada y la liberalización del comercio (promovido dentro del propio Mercosur), llevó a un acuerdo político sin precedentes, por el cual la CONTAG (Confederación Nacional de Trabajadores Agrícolas) se alió con otros movimientos emergentes, tales como la Oficina Nacional de Trabajadores Rurales (DNTR), conectado a la CUT (Central Única de Trabajadores), que había sido creada en el año 1988. En algunos casos, estos nuevos actores sociales son internacionales, como Vía Campesina, aunque la mayoría son organizaciones nacionales. Pero la novedad es que una parte significativa de estas organizaciones asumen la defensa de la agricultura familiar, como el Foro de la Agricultura Familiar en la Argentina y la Federación Nacional de Agricultura Familiar de los Trabajadores (FETRAF) de Brasil. Así, es posible afirmar que la categoría social agricultura familiar es una construcción política reciente en América Latina, que hace referencia a categorías sociales ya existentes en el medio rural y que busca darles una nueva connotación social, simbólica y de identidad. Así definida, es posible afirmar que la agricultura familiar puede ser considerada no apenas como sinónimo de campesinado y pequeña producción agrícola, sino que la agricultura familiar es una categoría política que puede abarcar y/o incorporar hasta las otras categorías. Tal vez sea por eso que esta nueva terminología viene consiguiendo fuerza política, legitimidad social y reconocimiento académico, pasando a representar grupos sociales de agricultores diversificados y socialmente heterogéneos. 4. Para una definición conceptual y normativa de la agricultura familiar latinoamericana A pesar de la dificultad de tener una definición consensual sobre el estatuto conceptual de la agricultura familiar, hay un cierto entendimiento entre los especialistas del tema en relación a la idea de que el agricultor familiar es todo aquel sujeto que vive en el medio rural y trabaja en la agricultura junto con su familia. Así definido por el sentido común, el término agricultura familiar abarca una diversidad de formas de hacer agricultura que se diferencia de acuerdo a los tipos diferentes de familias, el contexto social, la interacción con los diferentes ecosistemas, su origen histórico, entre otros aspectos (Schneider; Niederle, 2008). Para el contexto de América Latina, no es difícil encontrar una diversidad de agricultores familiares, en parte obedeciendo a diferentes denominaciones locales y regionales. Concretamente, antes de la década de 1990, de acuerdo a lo que ya fue analizado, la propia referencia a una categoría social designada como agricultura familiar era limitada en América Latina, ya que los términos usualmente utilizados para calificarla eran los de pequeño productor, productor de subsistencia o productor de baja renta. La amplia utilización del término agricultura familiar probablemente se haya iniciado en Brasil, como producto de las luchas del movimiento sindical de ese país por crédito, mejora de precios, formas de comercialización diferenciadas, implementación de la jubilación y de la seguridad social rural, entre otras, donde tales denominaciones fueron cediendo espacio al nuevo término (Medeiros, 1997; Favareto, 2006; Schneider; Manzanal, 2011; Picolotto, 2014). Incluso, es válido recordar que el inicio de la década de 1990 fue un periodo particularmente fértil y estimulante donde aparecieron varios estudios, libros e investigaciones que contribuyeron para la afirmación y reconocimiento de la agricultura familiar en el medio académico (Abramovay, 1992; Veiga, 1991). Lo novedoso en el escenario actual, desde que la agricultura familiar viene afirmando su legitimidad social, política y académica, es la aparición de nuevas formas y argumentos que defienden la necesidad y la pertinencia de caracterizar a los agricultores familiares como campesinos, lo que en algunos casos resulta en la creación de términos como “agricultura familiar campesina”. Pero, en oposición a esta perspectiva, son colocadas en discusión las relaciones de la agricultura familiar con el “agronegocio familiar” o “agricultura familiar empresarial”, e inclusive con el agronegocio empresarial o patronal, propiamente capitalista. El trasfondo de esos términos y de las definiciones que les son atribuidas, se relaciona con intereses políticos, por lo que es necesario que los estudiosos y analistas tengan la capacidad de diferenciar entre lo que es propiamente una construcción política con sentido ideológico, de aquello que está mostrando la existencia de una nueva categoría de estratificación social del medio rural latinoamericano. Las definiciones normativas se basan en criterios objetivos, que permiten hacer recortes y nuevos arreglos a ser utilizados como instrumentos de clasificación y delimitación para guiar la acción/intervención. Contrariamente, los conceptos teóricos son relativamente indeterminados y solo tienen sentido dentro de una estructura teórica más amplia e interrelacionada, donde representan y funcionan como elementos heurísticos, explicativos de una determinada realidad que es abstractamente aprehendida. Sea en términos históricos como analíticos, es una tarea difícil distinguir campesinos de agricultores familiares simultáneamente de una manera conceptual y normativa. Como existen varios elementos comunes a esas dos formas sociales, algunos estudiosos incluso creen que no hay diferencias substantivas entre ambas categorías. A pesar de que realmente no sean categorías antípodas, es necesario reconocer que hay diferencias de significado de ambas en la medida en que se amplía la polarización política que le es subyacente. En ese sentido, las polarizaciones y las “guerras de clasificación” a que se ha asistido en América Latina en el periodo reciente son menos de naturaleza conceptual y analítica y más de fondo político e ideológico, caracterizando la disputa alrededor de las perspectivas y concepciones distintas sobre las bases y directrices del desarrollo rural. Lo que se identifica como características comunes a campesinos y agricultores es que el trabajo, la producción y la familia forman un conjunto que actúa de forma unificada y sistémica, cultivando organismos vivos y llevando a cabo procesos biológicos a través de los cuales crean condiciones materiales para garantizar su reproducción como grupo social. Eso significa que la organización social y económica, el proceso de trabajo y producción, las relaciones con los mercados y las formas de transmisión patrimonial y acceso a la tierra mediante la herencia, son fuertemente influenciadas por relaciones de consanguinidad y parentesco y tributarias tanto de la manera como las familias administran sus recursos como de los valores culturales y simbólicos que definen su identidad. Desde este punto de vista se puede afirmar que los indígenas campesinos, chacareros, caboclos, caipiras, colonos, habitantes de los bordes de los ríos, pequeños propietarios, labradores, pequeños agricultores y tantas otras categorías presentes en el medio rural son la base social de lo que hoy llamamos de agricultura familiar. El hecho es que ellos constituyen un vasto contingente social, frecuentemente marginalizado, que posee precaria, parcial o insuficiente capacidad de acceso a los medios de producción y a los recursos naturales - como la tierra y el agua, así como limitado acceso a informaciones y a canales de comercialización de sus excedentes de producción; todos esos son atributos que les dan una identidad social de agricultores familiares. Hay que decir que la identidad política de la agricultura familiar en América Latina todavía es un proceso en construcción con amplias indefiniciones. Y eso no es solo por su gran diversidad y heterogeneidad en los distintos países y regiones pero también por la inexistencia de una agenda común entre organizaciones que sea capaz de crear consenso y vínculos estratégicos. Puede ser que la experiencia más avanzada en este sentido sea la Vía Campesina, tal vez más que el movimiento de las organizaciones indígenas que existe en algunos países. Sin embargo, hay dos limitantes en relación a esta organización que son, por un lado, que su dirección y temas están todavía muy centradas en lo agrario, particularmente en las cuestiones de acceso a tierra. Por otro lado, que su identidad política está siendo construida tomando como referencia el campesinado y no la agricultura familiar en sentido amplio, lo que puede llevar a un ‘peasant revival’ (retorno al campesinado), que no representaría algo nuevo sino más bien una revisión. Aunque campesinos y agricultores familiares tal vez permanezcan como parte de una misma clase para su movilización política, es cierto que a efectos de su comprensión teórico-conceptual es necesario distinguir campesinos de agricultores familiares y mostrar que sus características, su modo de existencia y su forma de reproducción obedecen a principios socioculturales y a una racionalidad económica que no son simplemente homogéneas. Más allá de que se identifiquen algunas semejanzas entre las dos categorías, el rasgo fundamental que distingue los campesinos de los agricultores familiares se encuentra en el carácter de las relaciones mercantiles y de las relaciones sociales que se establecen en la medida que se intensifica y se torna más compleja su inserción en la división social del trabajo (Schneider; Niederle, 2008). En ese sentido, la tarea que se propone es analizar las situaciones y procesos sociales concretos que producen la diferenciación social a lo largo de la evolución histórica, así como estudiar cuáles son los factores que determinan los cambios y alteraciones fundamentales y entender de qué forma los actores sociales (individuos y familias) involucrados se integran y reaccionan a ellos. 5. Por una definición heurística e integradora de campesinado y agricultura familiar – a propuesta de los estilos de agricultura A pesar de una renovación interesante en la literatura reciente sobre agricultura familiar, muchos autores y estudiosos todavía continúan trabajando con la polarización y la oposición de categorías, tal como ocurre entre agricultura familiar campesina versus la empresarial, producción familiar de subsistencia versus producción de mercado, agricultura familiar periférica/marginal versus consolidada/integrada, o entre agricultor familiar versus agronegocio. En el centro del debate de esos criterios de clasificación y definición de agricultura familiar están siempre los criterios de escala de producción, tamaño del área a la que tienen acceso y la forma de relación con los mercados. Como se percibe, son criterios eminentemente económicos y esencialmente empíricos. En esta sección pretendemos definir el concepto de agricultura familiar en los términos de una categoría heurística suficientemente capaz de abarcar la diversidad productiva y la heterogeneidad social que le son empíricamente intrínsecas. Nuestro objetivo será intentar presentar elementos analíticos que puedan ser útiles para problematizar y comprender la existencia de una diversidad de formas sociales familiares de trabajo y producción presentes en el medio rural latinoamericano en la actualidad y sus diferentes modos de hacer agricultura. Para eso, recurrimos al esquema interpretativo y clasificatorio teóricamente apoyado en la noción de “estilos de agricultura”, desarrollada, entre otros autores, por Ploeg (1992; 1993; 1994; 1995; 2003; 2006) en diversos trabajos. Debe ser abordado un enfoque teórico que sea pertinente y capaz de comprender e interpretar los orígenes históricos múltiples y distintos de las más diversas categorías reconocidas por el sentido común que definen las identidades específicas de los individuos pertenecientes a grupos sociales que viven en comunidades rurales y trabajan en la agricultura de la mano con su familia. Cada una de las categorías identificadas en los diversos países y regiones de América Latina configura un determinado grupo que en una formación social y puede ser caracterizado como un modo de vida específico, al cual le corresponde una forma social de producir y una forma de organización de las relaciones sociales, que es su sociabilidad. La forma de producir se refiere a la organización del trabajo y de la producción que permita asegurar la sobrevivencia de la familia, la manera como ella moviliza sus medios de producción y se inserta en el sistema de intercambios con el fin de garantizar su reproducción material. La forma de sociabilidad se refiere al modo a través del cual se estructuran las relaciones sociales entre las familias de agricultores y entre ellas y otros actores – las cuales pueden expresarse a través de relaciones de parentesco y consanguinidad, de inter-conocimiento, solidaridad vecinal, hábitos culturales, costumbres y tradiciones étnicas y religiosas, etc. No obstante, de acuerdo con las transformaciones históricas más amplias observadas en las sociedades complejas, esas condiciones de existencia también son modificadas. En términos teóricos, la agricultura familiar es, ante todo, una “forma social de producción y organización de trabajo”. Esa categoría implica una combinación de relaciones sociales y técnicas que resultan en la producción y apropiación del trabajo excedente. Según Scott (1986), la estructura de esas relaciones está compuesta por los siguientes elementos: (a) la propiedad relativa de la tierra, instrumentos de trabajo y medios de producción; (b) la producción de excedente como resultado de un determinado proceso de trabajo con relaciones sociales específicas entre los productores directamente involucrados; (c) la producción y distribución de los productos del trabajo como resultado de determinados medios de apropiación de los excedentes producidos; (d) y las condiciones externas e internas de existencia que posibilitan la reproducción del proceso a través del tiempo. En el caso de las “formas familiares de producción en la agricultura”, las relaciones que garantizan su reproducción social involucran además (i) sus características internas (estructuras de parentesco, ciclo demográfico, provisión de consumo de los miembros de la familia, jerarquías en la división familiar del trabajo, proceso de trabajo y escalas de producción) con (ii) las relaciones externas establecidas con el ambiente social y económico –“el territorio” – donde estás formas se involucran. En la medida en que esta forma de organización del trabajo y de la producción pasa a ser sometida a un conjunto variable de presiones sociales y económicas externas, ocurre un proceso de transformación que, poco a poco, compromete varias de las características originales que, por otro lado, también afectan aspectos de la cultura y de la sociabilidad de las familias pertenecientes a determinado grupo social, lo que acaba ocasionando “metamorfosis” en el propio modo de vida de los agricultores familiares. Ese proceso puede ser comprendido teóricamente a través del concepto de “mercantilización”. La mercantilización puede ser concebida como un proceso complejo de división social del trabajo y de ampliación de las relaciones de intercambio en una sociedad progresivamente organizada bajo el predominio de la producción de bienes y servicios cuya circulación ocurre a través de circuitos de intercambio mercantil. En ese proceso, los agricultores se van involucrando paulatinamente en diferentes mercados y, de esa manera, se integran a la dinámica de la economía capitalista. Sin embargo, la mercantilización no es un proceso linear y previsible que transforma una forma social de producción de manera homogénea y estructuralmente determinada, por el contrario es un proceso de múltiples facetas y altamente diferencial. Los agricultores también desarrollan una serie de estrategias para modificar, neutralizar, resistir y, algunas veces, hasta acelerar los resultados y efectos de la mercantilización, de acuerdo con su propia condición y contexto. Se trata, de esta manera, de un proceso históricamente determinado que profundiza distintas esferas de las relaciones sociales, atribuyendo valores mercantiles a las interacciones humanas y materiales que allí se producen y que pasan a regular las prácticas de los agricultores. En ese sentido, los procesos de mercantilización de la agricultura familiar, de su fuerza de trabajo y del espacio rural, ocurren por medio de disputas entre agricultores, determinadas fracciones de capital y el Estado, a través de la lucha por el control de los recursos productivos y, por lo tanto, por el control de los propios mercados en que interactúan. Involucra, por ejemplo, la adquisición de insumos, maquinarias y equipos utilizados directamente en el proceso productivo, el alquiler de equipos y servicios con terceros, la compra de bienes utilizados para el propio consumo de la familia, el arrendamiento y, tal vez, la compra y venta de tierras, la contratación temporaria o hasta permanente de mano de obra auxiliar, y la obtención de financiamientos y acceso a créditos. También implica la comercialización de su producción agropecuaria, la prestación de servicios y el alquiler de máquinas y equipos para terceros, así como la venta de la propia fuerza de trabajo dentro o fuera de la propiedad, configurando situaciones de “pluri-actividad” (Schneider, 2010b). Como argumenta Long (2001), frecuentemente la mercantilización efectiva de la agricultura es conjugada con un proceso de “incorporación institucional”, por medio de un conjunto de tres procesos interconectados. Primer, un proceso de “externalización” del proceso de producción a través de la cual la transferencia de tareas de control, los recursos y las actividades productivas, hasta ahora ejercido por los propios agricultores, a los agentes externos, por lo que se produce el proceso no puede reproducirse más allá del alcance de la capital. Por lo tanto, las prácticas y rutinas son modificadas por los controles externos, la alteración de la autonomía relativa de las unidades de producción y la transformación de sus condiciones objetivas (materiales) y subjetivas (simbólicas) de reproducción social. Según, en relación con esto, la “cientifización” de los procesos de producción aumenta la generación e incorporación de tecnologías exógenas que aumentan el control del proceso de trabajo agrícola y la naturaleza de los agentes externos. Y, por último, la “centralización estatal” de la agricultura, en un caso en el que varias instituciones (de crédito, de I&D, de extensión rural) se dedican a coordinar los conflictos de intereses y mediar en las decisiones colectivas en relación con la producción agrícola y la dinámica de las zonas rurales, especialmente a través de políticas públicas de carácter sectorial, pero no sólo. Por esa razón, entendemos que la Perspectiva Orientada al Actor posibilita una re-significación de las categorías que sustentan el enfoque de la “producción mercantil simple”, enfatizando la capacidad de “agencia” de los agricultores. Ploeg (1992) propone la posibilidad de medir distintos “grados de mercantilización” a partir de la proporción entre el quantum de productos mercantiles movilizados por los agricultores en los diversos mercados y los valores de uso reproducidos internamente en la unidad de producción en los ciclos precedentes. De esta manera, el hecho de que las organizaciones presenten ciertas categorías de resistencia al intercambio mercantil y movilicen un amplio repertorio de recursos fuera de los mercados, abre “espacios de maniobra” para mantener y ampliar su autonomía. Consecuentemente, tanto la percepción de que la mercantilización induce la pérdida total de autonomía como que esa mercantilización es un proceso que genera homogeneidad y no diferencia, son equivocadas. Desde nuestro punto de vista, esta nueva perspectiva permite superar la oposición entre campesinado y agricultura familiar, ofreciendo elementos analíticos para estudiar la diversidad de esas categorías sociales. En un esfuerzo para comprender la heterogeneidad estructural de las formas de producción en el medio rural, Ploeg (2008) argumenta que existen dos “modos de hacer agricultura” que serían abarcados por el concepto de agricultura familiar: la “forma campesina” y la “forma empresarial”. Según el autor, “la esencia y las principales diferencias [entre ambas] no residen tanto en las relaciones de propiedad, sino que ellas se sitúan principalmente en las (diferentes) formas en que son coordinadas la producción, distribución y apropiación de valor” (Ploeg, 2006: 16). La “forma familiar campesina” opera en una trayectoria histórica de “reproducción relativamente autónoma”, en que la fuerza de trabajo y los recursos necesarios para cada ciclo de producción son resultados del ciclo precedente. La “forma empresarial” opera un una trayectoria histórica de “reproducción dependiente del mercado”, donde los recursos son necesariamente movilizados como mercancías. Sin embargo, esas formas no son estáticas, pero si, el principio general que gobierna su dinámica es denominado por Ploeg (2008: 40) como la “condición campesina”. A partir de la movilización de diferentes recursos y estrategias frente al proceso de mercantilización, surgen distintos “estilos de agricultura” (Ploeg, 1994, 2003, 2013) . Los diversos estilos de agricultura son una expresión de la heterogeneidad de la agricultura familiar. Ellos son el resultado de determinados contextos institucionales de mercantilización en que se constituyen proyectos de vida y estrategias de reproducción social y económica. En ese sentido, “a pesar de que pueden ser claramente distinguidas interrelaciones entre estilos de agricultura y estilos específicos de relaciones sociales de producción, es imposible construir una tendencia causal unilineal en la cual estos estilos emerjan como “efectos” directos de “causas” particulares” (Long; Ploeg, 1994: 23). Aunque sean productores de mercancías, no existe una lógica inexorable de diferenciación social del campesinado en la estructura de clases (proletarización o capitalización), que opera de manera a priori y determinística, pero si hay una variada estratificación de las formas sociales familiares de producción en la agricultura. Según Ploeg (1995), tres elementos interconectados son importantes para comprender la constitución de diferentes “estilos de agricultura”. Primero, las ideas normativas: un repertorio cultural de inclinaciones habituales, costumbres y tradiciones, valores y percepciones que configuran nociones estratégicas por las cuales los agricultores se orientan para organizar su unidad de producción y vida familiar en un determinado camino. Segundo, las prácticas productivas: dotaciones tecnológicas y recursos adquiridos (medios de producción y conocimientos) asociados a un repertorio cultural específico a través de los cuales los agricultores definen sus prácticas laborales y técnicas. Tercero, las relaciones con los mercados: un conjunto de interacciones sociales en que los agricultores se involucran para acceder a recursos y relaciones de intercambio en diferentes mercados, establecidas para operar las estrategias de reproducción escogidas y puestas en práctica. En esos términos, a pesar de la relativa ubicuidad, la noción de “estilos de agricultura” ofrece una poderosa herramienta analítica para la construcción de tipologías teóricamente informadas, capaces de aprehender conceptualmente los principales elementos que conforman la diversidad empírica de las formas de agricultura en América Latina. La construcción de tipologías de estilos de agricultura, de todos modos, debe ser realizada necesariamente a partir de metodologías plurales (cuantitativas y cualitativas) y empíricamente fundamentadas. Aunque general, presentamos una propuesta preliminar de tipología a partir de abordaje de los estilos de agricultura, que quiçá pueda sentar las bases hacia trabajos que incentiven investigaciones empíricas que puedan revelar variaciones dentro de cada uno de los estilos considerados. En esa primera aproximación, consideramos básicamente cuatro estilos de agricultura, de los cuales tres son familiares y uno patronal (no si excluye la posibilidad de diferenciación interna en este tipo, pero no es nuestro objetivo avanzar en este tema). Estilo 1. Agricultura Familiar Campesina - Producción Doméstica de Subsistencia (PDS). Esa forma social se encuentra en una condición típicamente campesina y presenta un grado de mercantilización incipiente. La fuerza de trabajo es exclusivamente familiar. Su proceso productivo está basado esencialmente en la gestión de flujos de recursos no-mercantilizados, que son utilizados para garantizar la subsistencia familiar y reproducir mínimamente su base de recursos. El resultado de la producción es mayoritariamente destinado al autoconsumo (sin excluir la posibilidad de alguna venta en busca de ingreso monetario). Las ideas normativas y repertorios culturales que informan su racionalidad no se orientan directamente por motivos técnico-económico-mercantiles y su objetivo es buscar la sobrevivencia, recurriendo sistemáticamente a formas de interacción e intercambio basadas en principios de reciprocidad y solidaridad, como ayuda mutua, mingas, repartición, préstamo y donación de alimentos y recursos específicos, etc. Estilo 2. Agricultura Familiar Campesina Mercantilizada – Pequeña Producción de Mercancías (PPM). Esa forma social mantiene rasgos significativos de una condición campesina, a pesar de presentar un grado de mercantilización bastante considerable. La fuerza de trabajo es predominantemente familiar y raramente se contrata mano de obra. Su proceso productivo está basado prioritariamente en la gestión de flujos de recursos no-mercantilizados que son utilizados para producir mercancías y para reproducir los recursos adquiridos a lo largo de los ciclos precedentes. El resultado de la producción es en parte destinado al autoconsumo y en parte comercializado en los mercados. Las ideas normativas y repertorios culturales que informan su racionalidad en gran medida se orientan por motivos técnico-económico-mercantiles y su objetivo es buscar la sobrevivencia y la adquisición de renta monetaria, recurriendo ocasionalmente a formas de interacción basadas en principios de reciprocidad e intercambios no-mercantiles. Estilo 3. Agricultura Familiar Empresarial – Producción Simple de Mercancías (PSM). En esa forma social la condición campesina se encuentra fuertemente comprometida y atravesada por significativos rasgos característicos de espíritu empresarial, presentando un grado de mercantilización extremamente elevado. La fuerza de trabajo es aún predominantemente familiar, pero no raro contrata-se mano de obra (inclusive permanente). Su proceso productivo está basado casi completamente en la gestión de flujos de recursos que entran como mercancías y son transformados en otras mercancías, reponiendo necesariamente la mayor parte de los recursos en cada nuevo ciclo. El resultado de la producción es mayoritariamente destinado a la comercialización en el mercado, pero el autoconsumo no es definitivamente descartado. Las ideas normativas y repertorios culturales que informan su racionalidad se orientan por motivos esencialmente técnico-económico-mercantiles y su objetivo es la búsqueda de la maximización de la renta monetaria, raramente recurriendo a formas de interacción basadas en principios de reciprocidad y intercambios no-mercantiles. Estilo 4. Agricultura Patronal Empresarial – Producción Capitalista de Mercancías (PCM). Esta forma social se encuentra en una condición típicamente empresarial y presenta un grado de mercantilización totalmente generalizado. La fuerza de trabajo empleada es básicamente asalariada, aunque los miembros de la familia posan estar involucrados en actividades de gestión. Su proceso productivo está basado completamente en la gestión de flujos de mercancías que son transformados en otras mercancías, reponiendo necesariamente los recursos en cada nuevo ciclo. El resultado de la producción es completamente destinado a la comercialización en los mercados. Las ideas normativas y repertorios culturales que informan su racionalidad se orientan por motivos totalmente técnico-económico-corporativos y su objetivo es buscar el lucro. 6 - Consideraciones finales En este capítulo fue posible percibir cómo se produjo la trayectoria del concepto de la agricultura familiar en América Latina en un momento de reanudar los debates sobre el lugar y el papel de los grupos sociales que en otros momentos eran llamados de pequeños agricultores y/o campesinos. Esto implica en reconocer que el término agricultura familiar, a pesar de ser diferente de las nociones anteriores, en gran medida es una continuación del debate. Eso no significa desconocer la especificidad del concepto de la agricultura familiar ni decir que no añade nada a lo que ya se sabía. Sin embargo, también verificamos que una análisis de la trayectoria de los debates permite darse cuenta de que estas ideas han sido siempre muy fuertemente influenciadas por las discusiones políticas y mismo normativas. Esto significó que el Estado y las políticas públicas, así como los movimientos sociales y las organizaciones colectivas arrojan un papel importante en las definiciones adoptadas. En el momento actual, lo mismo parece estar ocurriendo con la agricultura familiar, que en Brasil nació como una denominación reclamada por el sindicalismo rural en la década de 1990. Pero en el conjunto de América Latina, la adopción de la agricultura familiar es más fuerte por parte de los gobiernos e incluso a través de organizaciones internacionales como la FAO y otros. Para los estudiosos y académicos esto no es necesariamente un problema o una limitante a la adopción de la agricultura familiar como una categoría de análisis. Sin embargo, eso requiere atención y el cuidado con el riesgo de la utilización de categorías políticas y normativas como si fueran conceptos analíticos. Dada la ubicuidad de la agricultura familiar, esto requiere que los académicos reanuden análisis teóricamente informadas. En este sentido, la propuesta de un enfoque basado en los estilos de agricultura puede entenderse como una manera de superar las divisiones y antagonismo entre el campesinado y la agricultura familiar de manera a construir un diálogo entre ellos. Referencias bibliográficas ABRAMOVAY, Ricardo (1992), “Paradigmas do capitalismo agrário em questão”, Hucitec, São Paulo. 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